El primer ordenador de Satya Nadella, CEO de Microsoft, fue un VAX fabricado por Digital Equipment Corporation (DEC) a finales de los años 70. Aquella máquina le entusiasmó de tal manera que Nadella tuvo claro su futuro: quería dedicarse a la informática. Más que eso: quería dedicarse a la informática y trabajar para DEC.
Aquello no pudo ser. El concepto de microordenador por el que apostó la compañía se basaba en su propia arquitectura, llamada Virtual Address eXtension (de ahí VAX), pero esa tecnología acabó siendo aplastada por la que triunfaría en aquella época: la arquitectura RISC. La empresa trató de sobrevivir, pero acabó siendo adquirida en 1998 por Compaq y, pocos años después, desapareciendo.
La lección que Nadella aprendió con DEC
Para cuando comenzó la debacle, Nadella había movido ficha. Tras un breve periodo en Sun Microsystems, comenzó a trabajar en Microsoft en 1992 y fue escalando puestos hasta que acabó convirtiéndose en el CEO de la empresa en 2014.
Lo curioso es que ahora ese pasado con DEC le persigue. Así lo confirmaba recientemente en una reunión con empleados de Microsoft en la que confesó algo importante:
“Nuestro sector está repleto de casos prácticos de empresas que en su día fueron grandes y que simplemente desaparecieron. Hay uno en particular que me persigue, llamado DEC”.
De hecho, explicó cómo “Algunas de las personas que contribuyeron a Windows NT procedían de un laboratorio de DEC que fue cerrado”. El CEO de Microsoft respondía así a la pregunta de un empleado sobre la situación de la moral en la empresa, que según indican en The Verge está en mínimos históricos. No en vano Microsoft acaba de sufrir una ronda masiva de despidos con 9.000 empleados afectados.
Lo curioso, admitía Nadella, es que tras 51 años en el mercado algunas métricas indican que Microsoft está en su mejor momento. Así lo demuestra su capitalización bursátil, que ronda los cuatro billones de dólares y sitúa a la empresa de Redmond como la segunda o tercera —intercambia posiciones con Apple, NVIDIA sigue imparable— empresa del mundo en relevancia. “Pero al mismo tiempo, cuando pienso en el grado de dificultad que nos espera, para poder navegar por una industria cambiante, un sector tecnológico cambiante y una economía cambiante, tenemos por delante un trabajo muy duro”.
Y ciertamente lo tienen.
Qué sucede si el software no importa cuando eres la mayor empresa del mundo del software
La principal amenaza externa para Microsoft no es que la IA mejore los productos software existentes. Es que los haga irrelevantes.
El propio Nadella lo admitía al decir en esa reunión con empleados que “todas las categorías que pudimos haber amado durante 40 años pueden no importar”. Días más tarde hablaba de todo ello en un post en el blog oficial de Microsoft. Lo titulaba “Recomprometiéndonos con nuestro porqué, nuestro qué y nuestro cómo“. Las implicaciones del cambio de paradigma son colosales para el gigante del software mundial:
- Office y Windows: tradicionalmente sus grandes fuentes de ingresos, la suite de productividad y su sistema operativo pueden acabar no teniendo cabida en nuestro mundo. Si un agente de IA puede acabar gestionando todas las tareas de ofimática, crear documentos, analizar datos y coordinar el trabajo sin necesidad de la suite de Office o incluso de una interfaz de sistema operativo tradicional, la base del negocio de Microsoft quedaría erosionada. Ya no usaríamos una aplicación para hacer el trabajo. Le diríamos a una IA que lo hiciera, como está empezando a suceder.
- Competidores sin ataduras: las nuevas empresas de IA no están lastrados por el legado de una suite ofimática o un sistema operativo de 40 años. Esas startups pueden diseñar soluciones más ligeras, rápidas y totalmente nativas en la era de la IA. Para Nadella no tiene sentido “estar enamorados de aquello que creamos en el pasado”.
La situación para Microsoft es ciertamente inquietante. A pesar de su inversión multimillonaria en OpenAI, la relación ha evolucionado para convertir a ambas empresas en incómodas aliadas que se buscan sus propios planes B. La que más ha salido ganando es OpenAI, la nueva niña bonita de la tecnología, que no para de recibir inversiones multimillonarias de empresas como SoftBank, NVIDIA u Oracle.
Para Microsoft las cosas no han salido tan bien: ha inyectado miles de millones para acabar dependiendo de la tecnología de otra empresa que, además, se está convirtiendo en competidora directa. Tiene bazas a su favor como su gigantesca infraestructura Azure, pero ni siquiera eso asegura la supervivencia.
La presión que tiene Microsoft para reinventarse es enorme. Ya lo logró tras el fracaso en los segmentos de los buscadores de internet, las redes sociales u finalmente los móviles, pero ahora vuelven a aparecer las nubes negras con el auge de la IA.
Lo curioso es que Microsoft fue la Big Tech que adoptó el cambio de paradigma de la IA con la intensidad necesaria. Su apuesta —sobre todo, por OpenAI— fue extraordinaria, pero para ellos la amenaza no es la de una empresa que ignora el cambio, sino la de una que quizás hizo las apuestas equivocadas. De momento no tiene un modelo fundacional competitivo, y esa sobrecarga de copilotos no acaba de cuajar en el mercado. ¿Qué harán Nadella y su empresa para reaccionar?
Tú mueves, Microsoft.
En Xataka | El matrimonio entre OpenAI y Microsoft se rompe por momentos. El problema es que ambas siguen necesitándose