OpenAI proyecta ingresar en 2030 unos 200.000 millones de dólares. Es casi lo mismo que Microsoft factura hoy, 245.000 millones de dólares.
Una empresa que este año va a rozar los 12.000 millones de dólares cree que multiplicará por 17 sus ingresos en menos de cinco años. Para contextualizar la desmesura: Apple tardó cuatro décadas en llegar a esas cifras. Google, dos décadas. OpenAI pretende hacerlo en década y media de vida, con un matiz: hasta hace tres años no facturaba ni cien millones. Su “momento cero” fue en 2022.
La gráfica de crecimiento previsto, publicada por The Information, tiene muchas capas. La ambición desmedida es solo una de ellas. Los ingresos se disparan exponencialmente, pero los costes de computación –tanto de entrenamiento como de inferencia–, crecen de forma casi lineal.
Esta ecuación solo funciona si OpenAI deja de ser lo que es hoy: una empresa que vende acceso a LLMs por 20 dólares al mes. Necesita ser otra cosa que vaya mucho más allá. La pregunta no es si pueden multiplicar sus ingresos por 17, sino qué tienen que inventar para justificar semejante valoración.
El secreto está en los agentes. Pero no en el que imaginamos. OpenAI no aspira a venderte un ChatGPT más listo. Aspira a reemplazar departamentos enteros. Deep Research ya insinúa el modelo: no cobrar por consulta sino por trabajo realizado.
Si un informe que antes requería tres analistas junior durante una semana ahora lo hace un agente en unos minutos, supervisado por un solo empleado, ¿cuánto vale? No vale los 20 dólares de una suscripción. Vale los 50.000 dólares que costaban esos salarios.
Multiplicado por cada departamento de cada empresa del Fortune 500… de repente, los 200.000 millones no parecen ciencia ficción. Parecen hasta conservadores. Pero aquí llega la paradoja existencial de OpenAI: para capturar ese valor necesitan que sus modelos sean insustituibles, únicos, inalcanzables.
Sin embargo, cada mes que pasa, la brecha con Claude, Gemini o DeepSeek se estrecha. La commoditización de la IA no es una amenaza futura: está sucediendo ya. ¿Cómo justificas precios de monopolio cuando tu producto se está convirtiendo en agua o electricidad? La respuesta de OpenAI parece ser la velocidad:
- Llegar primero.
- Dominar el mercado.
- Crear dependencia antes de que otros puedan reaccionar.
Es la vieja estrategia de empresas como Uber o Amazon: perder dinero para comprar cuota de mercado, rezando para que cuando llegue la rentabilidad, seas el único que sigue de pie.
El plan B está en en las aplicaciones verticales. No venderán IA genérica sino soluciones específicas:
- El sistema completo de atención al cliente de tu empresa.
- La plataforma educativa de tu universidad.
- El copiloto legal de tu despacho.
Cada vertical, un nuevo mercado de miles de millones. Es aquí donde los números empiezan a tener sentido. Microsoft 365 le genera a Microsoft casi 100.000 millones anuales. El mercado mundial de software empresarial se acerca al billón. Si OpenAI captura apenas el 20% reemplazando software tradicional con agentes inteligentes, alcanza su objetivo. No necesita inventar nada nuevo. Solo necesita hacer obsoleto todo lo que existe.
La apuesta real de OpenAI no es tan tecnológica como temporal. Están comprando tiempo con 350.000 millones en costes de computación, apostando a que la AGI —o algo lo suficientemente parecido, que para algo Altman lleva tiempo moviendo la portería— llegue antes de que se acabe el dinero.
Si lo consiguen, esos 200.000 millones serán una anécdota. Si fracasan, habremos visto la burbuja más espectacular de la historia tecnológica.
Y lo fascinante de verdad no es que OpenAI esté intentándolo. Es que todos los que importan —Microsoft, Oracle, SoftBank, el gobierno estadounidense— parecen creer que pueden lograrlo.
Imagen destacada | Adolfo Félix
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